PrólogoVocación profesional decidida y sólida y dedicación intensa al ejercicio de la profesión son dos valores socialmente muy bien ponderados, cuya combinación tiene mucho que ver con un fenómeno clave de la organización social de nuestros días, al que hemos dado en llamar ±superespecialización». Sin entrar a juzgar el acierto o la mala fe de aquella sentencia según la cual el especialista es quien sabe más tonterías de lo suyo y menos cosas esenciales de todo lo demás, quienes por fuerza o de grado practicamos cierta heterodoxia en esta materia del saber y en algunas otras no podemos evitar algún escepticismo frente a determinadas consecuencias aplicativas de ésa que, no obstante, parece ser una de las reglas de oro del éxito social. En efecto, ya sea por el interés de administrar con ciertas cautelas el impulso vocacional, ya sea por su falta de intensidad suficiente como para regir toda una vida; o, al contrario, porque la pasión por el ejercicio profesional nos deja pequeño el terreno de juego cotidiano y mecánico de nuestro trabajo, no es difícil, pese a los dictados de la competitividad, terminar creyendo más bien poco en la autosuficiencia del esfuerzo propio o ±de los tuyos», y sospecharse uno muy dependiente de la interrelación con otros ±especialistas» igualmente dispuestos a abrir sus mentes, compartir terreno y repartir resultados, aun a costa de perder ?valga el símil atlético? en velocidad lo que se gana en fondo. Esta actitud, que conscientemente acabo de calificar de heterodoxa, encuentra distintos grados de acogida o de resistencia en función del ámbito de actividad de que se trate. En concreto, el mundo del Derecho, como sabe cualquiera que transite profesionalmente por él, ha sido y es terreno frecuentemente hostil a la permeabilidad interdisciplinar, y aún más cuando de lo que se trata es de conciliar y encajar lo teórico y lo práctico, el saber y su aplicación al mundo real...