El mundo sin libros : ensayos de cultura popular / María Jesús Ruiz Fernández

Por: Ruiz Fernández, María JesúsColaborador(es): Universidad de CádizTipo de material: TextoTextoSeries Centro de Recursos CulturalesDetalles de publicación: [Pamplona] : Lamiñarra 2018. Descripción: 254 p. ; 24 cmISBN: 9788409014736Tema(s): Literatura popular | Cultura popularResumen: Sobre la invención de la imprenta todos tenemos la certeza de que democratizó la cultura. En efecto, la imprenta vino a poner en manos de muchos lo que ´en manuscritos´ solo había estado en manos de la Iglesia, de manera que se abrió un revolucionario proceso de laicización social por el cual fray Luis de León fue a la cárcel y también por el cual nos llegaron los versos de Petrarca y los cuentos de Boccaccio. Sin embargo, no deberíamos olvidar que la imprenta también escindió inevitablemente la sociedad entre quienes sabían y podían leer y quienes ni sabían ni podían tener acceso al libro. La consecuencia de esa discriminación fue, además, que la cultura libresca empezó a escribirse con mayúsculas, dejando las minúsculas y los prefijos de sub- o infra- para la cultura oral, condenada desde entonces por las élites y sujeta al arbitrio de humanistas, románticos y poetas sociales, quienes ocasionalmente vinieron a reivindicarla. . La aparición del libro, pues, inició el olvido de la literatura oral, marcó una nueva transición del mito al logos y fue imponiendo la lectura como el único hábito humano por el que acceder a la libertad. Cierto es que el libro se ha nutrido muchas veces de la cultura oral, y desde Berceo a García Lorca -pasando por Lope de Vega o Góngora- no han sido pocos los autores que han expresado su débito hacia los conocimientos o la poesía que cruzaron los siglos con el solo soporte de la voz y la memoria. El camino inverso no se ha producido. La literatura oral, transmitida por las clases no hegemónicas, no ha recibido materia prima alguna de la literatura escrita, hasta el punto de que esta ha ido arrinconando a la primera, como una hermanastra envidiosa. María Jesús Ruiz.. A estas alturas del futuro, la sociedad occidental ha exterminado la posibilidad de ser libre por la palabra dicha y, sujeta a la palabra escrita, la mira como el único camino hacia la verdad. Hace unos años Ana Pelegrín publicaba La flor de la maravilla, un libro plagado de memoria oral en el que, entre otras muchas cosas, recogía la primera versión conocida del poemita popular El mundo al revés, aquel que cantábamos cuando niños contando que las liebres nadaban y los peces volaban. La voz y la memoria sostuvieron la canción desde por lo menos el siglo XVI hasta hace muy poco, haciendo posible lo imposible y permitiendo que la fantasía, la magia y el disparate -tan necesarios para el alma humana- pudieran existir sin depender de libros ni de efectos especiales.. Nos acercamos ahora (¿peligrosamente?) a la distopía futurista planteada por Ray Bradbury en 1953, en su novela Farenheit 451, aquella en el que el cuerpo de bomberos tiene como misión quemar libros, considerados peligrosos para quienes aspiran a una sociedad de iguales, ya que el libro nos hace diferentes. La alarma que vivimos quizá sea similar a la que deberíamos haber vivido ante la extinción de la cultura oral, pues nada hay más diferenciador y singularmente humano que la memoria recreada. Si ya no hay vuelta atrás, mi propuesta es usar el libro para conocer lo que nunca estuvo en los libros, quizá para recuperarlo (De la Introducción de «El mundo sin libros»).. «La profesora Ruiz asoma en los artículos de El mundo sin libros con su deslumbrante erudición, con su profundo conocimiento de la tradición oral y la cultura popular, con su permanente espíritu crítico. Pero estos artículos están escritos por una mujer, por una escritora, por una articulista, reflexiva y alegre, concienzuda y divertida, apasionada y tremendamente curiosa, capaz de ser tierna, irónica y subversiva, nunca complaciente. Están escritos, sobre todo y por encima de todo, por una mujer libre, y eso es una novedad, créanme. Yo de ustedes, no me perdería un espectáculo así (Fragmento del prólogo de Mª Ángeles Robles).
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Esta Edición ha contado con la colaboración de la Universidad de Cádiz

Sobre la invención de la imprenta todos tenemos la certeza de que democratizó la cultura. En efecto, la imprenta vino a poner en manos de muchos lo que ´en manuscritos´ solo había estado en manos de la Iglesia, de manera que se abrió un revolucionario proceso de laicización social por el cual fray Luis de León fue a la cárcel y también por el cual nos llegaron los versos de Petrarca y los cuentos de Boccaccio. Sin embargo, no deberíamos olvidar que la imprenta también escindió inevitablemente la sociedad entre quienes sabían y podían leer y quienes ni sabían ni podían tener acceso al libro. La consecuencia de esa discriminación fue, además, que la cultura libresca empezó a escribirse con mayúsculas, dejando las minúsculas y los prefijos de sub- o infra- para la cultura oral, condenada desde entonces por las élites y sujeta al arbitrio de humanistas, románticos y poetas sociales, quienes ocasionalmente vinieron a reivindicarla. . La aparición del libro, pues, inició el olvido de la literatura oral, marcó una nueva transición del mito al logos y fue imponiendo la lectura como el único hábito humano por el que acceder a la libertad. Cierto es que el libro se ha nutrido muchas veces de la cultura oral, y desde Berceo a García Lorca -pasando por Lope de Vega o Góngora- no han sido pocos los autores que han expresado su débito hacia los conocimientos o la poesía que cruzaron los siglos con el solo soporte de la voz y la memoria. El camino inverso no se ha producido. La literatura oral, transmitida por las clases no hegemónicas, no ha recibido materia prima alguna de la literatura escrita, hasta el punto de que esta ha ido arrinconando a la primera, como una hermanastra envidiosa. María Jesús Ruiz.. A estas alturas del futuro, la sociedad occidental ha exterminado la posibilidad de ser libre por la palabra dicha y, sujeta a la palabra escrita, la mira como el único camino hacia la verdad. Hace unos años Ana Pelegrín publicaba La flor de la maravilla, un libro plagado de memoria oral en el que, entre otras muchas cosas, recogía la primera versión conocida del poemita popular El mundo al revés, aquel que cantábamos cuando niños contando que las liebres nadaban y los peces volaban. La voz y la memoria sostuvieron la canción desde por lo menos el siglo XVI hasta hace muy poco, haciendo posible lo imposible y permitiendo que la fantasía, la magia y el disparate -tan necesarios para el alma humana- pudieran existir sin depender de libros ni de efectos especiales.. Nos acercamos ahora (¿peligrosamente?) a la distopía futurista planteada por Ray Bradbury en 1953, en su novela Farenheit 451, aquella en el que el cuerpo de bomberos tiene como misión quemar libros, considerados peligrosos para quienes aspiran a una sociedad de iguales, ya que el libro nos hace diferentes. La alarma que vivimos quizá sea similar a la que deberíamos haber vivido ante la extinción de la cultura oral, pues nada hay más diferenciador y singularmente humano que la memoria recreada. Si ya no hay vuelta atrás, mi propuesta es usar el libro para conocer lo que nunca estuvo en los libros, quizá para recuperarlo (De la Introducción de «El mundo sin libros»).. «La profesora Ruiz asoma en los artículos de El mundo sin libros con su deslumbrante erudición, con su profundo conocimiento de la tradición oral y la cultura popular, con su permanente espíritu crítico. Pero estos artículos están escritos por una mujer, por una escritora, por una articulista, reflexiva y alegre, concienzuda y divertida, apasionada y tremendamente curiosa, capaz de ser tierna, irónica y subversiva, nunca complaciente. Están escritos, sobre todo y por encima de todo, por una mujer libre, y eso es una novedad, créanme. Yo de ustedes, no me perdería un espectáculo así (Fragmento del prólogo de Mª Ángeles Robles).

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